Ay, qué dulce recompensa, privilegio del vecino, tu ventanal milagroso, gracias a Dios, sin visillos. Regalo para mis ojos, mis pecadores sentidos, vi tu cuerpo aquella vez como nadie lo había visto. Parecías enojada con tu amante o tu marido porque tiraste con rabia el broche de tu corpiño. Tú sabes que estoy mirando, al recoger el vestido, lo deslizas lentamente dándome lo merecido. Y yo, frente a tu ventana, clavado como un cuchillo, el corazón en la boca, turbado y agradecido. Viendo como te desnudas frente al espejo bendito que me guiña tu reflejo como cómplice bandido. Breteles negros, bordados, liberan tus pechos finos, y yo, esperándolo todo, gozando como un chiquillo. Bajo tu espalda distingo la línea de mi delirio, un diamante brilla al frente: pubis de oro embellecido. Tus manos sabias recorren, sensuales, el buen camino, entregada a tus fantasmas fina cerraste el postigo.