En medio de la penumbra una luz se divisó, cambiaron al cancerbero por Sergio Beltrán Mayor. El hombre amaba su arma como nadie respetó, las jinetas que llevaba las merecía el mayor. Un día nos dijo claro y con voz de buen varón: "No soy verdugo del pueblo porque del pueblo yo soy." Así volvieron los libros, diarios y organización, y por qué no decir también, un alivio al corazón. El hombre era generoso, no se adueñaba del sol, nos regalaba la playa y compartía el dolor. Pero el destino estaba de parte del dictador y un día llega la nueva que trasladan al mayor. Y de nuevo a los rigores que Beltrán nos alivió; se aparece un tal Sánchez que el demonio rechazó.