Le vi desnudar su cobre para jugar en el agua Por los súbitos rumores parejeros de una rama Yo estaba solito y solo, sentado en una barranca Mirando el chisporroteo de un cardumen de mojarras Y era una tarde de estío por el huerto de los tala El aire rodaba dulce, como miel de lechiguana Su fina piel de guayabo, hilos de soles andaba De las caricias del río al abrazo de la playa Era redondo el arrullo caliente de las torcazas Y el churruinche prisionero de mis sienes palpitaba Palpitaba y Y ella abría su risa, como una jaula Se los dije sin los ojos Se lo dije con palabras Se lo dije con palabras que iban muriendo en el río Como frases deshojadas, como pétalos mordidos Como migas de esperanza Nos quisimos En la ardiente medialuna de la playa Me obsequió una flor de ceibo, pero la dejé olvidada Recorrimos el cariño desde el cobre, hasta la plata Y hasta el pago de los grillos por un trillo de chicharras Y se marchó con la Luna, la Luna vino a buscarla Por los senderos del monte, con mucho miedo en la cara Nos vimos de tarde en tarde, mientras campeaba a sus vacas Visitábamos el trébol, los maizales y las parvas Y una tarde nos cubrieron los hinojos Que levantan sus sombrillas amarillas, como niñas empinadas Y después Fue en el invierno, una tarde fría y clara Como las gotas de lluvia que se escurren por los talas Me dijo palabras tristes parecidas a las lágrimas Y yo Cosas parecidas a pañuelos contestaba Pero todo fue de balde, la suerte ya estaba echada Y hubo de romper las horas, como se rompen las cartas Cuando me dijo su adiós Me desgajé sin palabras Gritó el lucero, angustiado de verme solo en la playa Y creo que fue esa tarde que yo encontré mi guitarra