Desde la ventana del casucho viejo Una salmantina de rubios cabellos Ve todas las tardes pasar en silencio Los seminaristas que van de paseo Un seminarista entre todos ellos Apuesto, flexible, airoso y esbelto Y siempre que pasa le deja el recuerdo De aquella mirada de sus ojos negros Cuando en ella fija sus ojos abiertos Con vivas y audaces miradas de fuego Parece decirle: ¡Te quiero, te quiero! Yo no he de ser cura, yo no puedo serlo Cuando en ella fija sus ojos abiertos Con vivas y audaces miradas de fuego Parece decirle: ¡Te quiero, te quiero! Si yo no soy tuyo, ¡me muero, me muero! Por la angosta calle pasaba un entierro La niña angustiada miraba el cortejo Tan solo, tan solo faltaba entre ellos El seminarista de los ojos negros Cuando en ella fija sus ojos abiertos Con vivas y audaces miradas de fuego Parece decirle: ¡Te quiero, te quiero! Yo no he de ser cura, yo no puedo serlo Cuando en ella fija sus ojos abiertos Con vivas y audaces miradas de fuego Parece decirle: ¡Te quiero, te quiero! Si yo no soy tuyo, ¡Me muero, me muero! Pasaron los años, paso mucho tiempo Y allí en la ventana del casucho viejo Sola, vieja y triste aún guarda el recuerdo Del seminarista de los ojos negros Cuando en ella fija sus ojos abiertos Con vivas y audaces miradas de fuego Parece decirle: ¡Te quiero, te quiero! Yo no he de ser cura, yo no puedo serlo Cuando en ella fija sus ojos abiertos Con vivas y audaces miradas de fuego Parece decirle: ¡Te quiero, te quiero! Si yo no soy tuyo, ¡Me muero, me muero!