La lámina de zinc sonaba con la lluvia y mi abuela lloraba junto al vaso y las flores. Las matas de violetas, de las de terciopelo, se habían marchitado porque olvidó regarlas. Y sin embargo ahora cobraban nueva vida ante esta lluvia en mayo, lluvia desesperada. Esa lluvia sorprende los huecos de las tejas y cae una gotera sobre un sillón de mimbre, el trono de mi abuelo que pasó a ser retrato. Mi abuela corre al patio con sus pasitos cortos y de la tendereda quita un pañuelo blanco. Y vuelve junto al vaso, las flores y el retrato y así siempre ha ocurrido, pero algo siempre hay nuevo aunque mi abuela llore y siempre llueva en mayo.